Un virus con un gen añadido frena el alzhéimer en ratones
Una terapia génica mantiene la memoria de roedores modificados para sufrir la enfermedad
Un equipo de científicos ha logrado frenar el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer en ratones inyectando en su cerebro un virus portador de un gen. Esta vía de investigación está todavía en pañales, pero su líder, la bióloga española Magdalena Sastre, del Imperial College de Londres, cree que en el futuro podría servir para prevenir la enfermedad o detenerla en sus fases iniciales, si se demuestra su eficacia y seguridad. La Organización Mundial de la Salud calcula que en el mundo hay unos 47,5 millones de personas que padecen demencia. Alrededor del 65% de los casos se deben al alzhéimer.
El gen empleado por el equipo de Sastre es el PGC1-alpha. Estudios anteriores en el mismo laboratorio habían demostrado que este gen previene la formación de la proteína beta amiloide, asociada a la enfermedad cuando se acumula y forma placas en el cerebro. Los científicos inyectaron un virus con el gen en dos regiones del cerebro de ratones modificados genéticamente para tener alzhéimer.
Estas dos áreas, la corteza y el hipocampo, son las primeras que desarrollan placas amiloides en las fases iniciales de la enfermedad. El daño en el hipocampo afecta a la orientación y a la memoria a corto plazo, por lo que es el culpable de que los enfermos se pierdan al ir al supermercado de toda la vida o se olviden de dónde han dejado las llaves de casa. La corteza cerebral se ocupa de la memoria a largo plazo, el razonamiento, el pensamiento y el estado de ánimo, según destaca el Imperial College en un comunicado. Su alteración puede anular al enfermo y provocar una depresión.
"Ahora mismo, la única manera de suministrar el gen es mediante una inyección directamente en el cerebro", explica la bióloga Magdalena Sastre
El estudio, publicado hoy en la revista científica PNAS, muestra que los ratones modificados para tener alzhéimer y luego tratados con el gen produjeron muchas menos placas amiloides que sus hermanos que no recibieron el gen. "Los ratones tratados en las fases tempranas de la enfermedad tenían la misma memoria que los normales", explica Sastre. En las pruebas, los científicos colocaban diferentes piezas de Lego junto a los roedores. Los ratones normales detectaban las piezas nuevas y las olisqueaban y lamían más tiempo que a las antiguas, ya conocidas. Los animales transgénicos tratados con el gen tenían un comportamiento similar. Los ejemplares transgénicos no tratados, sin embargo, eran incapaces de reconocer qué piezas eran antiguas y cuáles eran nuevas. Se habían olvidado.
Sastre, que se fue de España en 1994, reconoce los múltiples obstáculos a los que se enfrenta la técnica para llegar a los humanos. "Ahora mismo, la única manera de suministrar el gen es mediante una inyección directamente en el cerebro, aunque los virus empleados en la terapia génica son cada vez mejores", sostiene la bióloga.
La terapia génica consiste en la introducción de genes específicos en las células de los pacientes y se está explorando como tratamiento de muchas enfermedades, como ciertos tipos de cáncer o la patología congénita de los niños burbuja. El neurocientífico Carlos Saura y su equipo de la Universidad Autónoma de Barcelona también han probado una terapia génica para alzhéimer, obteniendo hace dos años resultados prometedores en ratones, empleando otro gen. Las primeras terapias génicas, arrancadas hace más de 15 años, fracasaron porque los virus utilizados, muy potentes, activaban genes relacionados con el cáncer y mataban a algunos pacientes.
En el estudio de Sastre participa Nicholas Mazarakis, también del Imperial College de Londres. El investigador encabeza otro ensayo de una terapia génica para personas con párkinson. Su primera prueba, con 15 pacientes tratados con un virus modificado para suministrar tres genes a las células del núcleo estriado del cerebro, ha obtenido resultados prometedores, al aumentar la producción de dopamina, una sustancia que falta en los enfermos.
Fuente http://elpais.com/elpais/2016/10/10/ciencia/1476122331_714919.html