Continúa el misterio de la capacidad de las aves para orientarse y seguir rutas de miles de kilómetros guiándose por el campo magnético terrestre
"El descubrimiento de los mecanismos moleculares y celulares implicados en la magnetosensibilidad en los vertebrados es un problema científico formidable", explican Christoph Daniel Treiber, del Instituto de Patología Molecular, en Viena, y sus colegas en la revista Nature. Ellos, siguiendo la pista de las supuestas neuronas con magnetita en el pico de las aves, han cartografiado la localización de esas células mediante técnicas de resonancia magnética y tomografía, y han descubierto que, por su distribución, no pueden ser sensores magnéticos. Con posteriores análisis de estas células, que no son exclusivas del pico, sino que se encuentran en otras partes del ave, como los folículos de las plumas, estos científicos han descubierto que se trata de macrófagos ricos en hierro.
Los autores de este trabajo reconocen que no pueden excluir la posibilidad de que un pequeño número de magnetoreceptores residan en una localización desconocida del pico de las palomas. Pero ellos no han encontrado prueba alguna que apoye la existencia de un sistema sensor magnético subepidérmico formado por dentritas (terminales de las neuronas) en los lugares donde se suponía que estaban. Tal vez, sugieren, si las aves tienen esas enigmáticas células sensoriales de campo magnético, pueden residir en el epitelio olfatorio, "una estructura", recuerdan, "que se ha relacionado en la magnetorecepción en las truchas arcoiris".
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